lunes, 27 de diciembre de 2010

MOSCÚ: EL KREMLIN Y LA PLAZA ROJA

Sábado, 31 de julio de 2010

Casi con media hora de retraso sobre el horario previsto nuestro vuelo se dispone a aterrizar en el aeropuerto Sheremetyevo (http://svo.aero/en/), situado a las afueras de Moscú. Es uno de los cuatro aeropuertos de los que dispone la ciudad y base de operaciones de AEROFLOT. Antes de acceder a la zona de control de documentación una parada en los baños para lavarnos la cara y poder permanecer bien despejados.

Parece que en el consulado ruso hicieron su trabajo diligentemente, puesto que no tenemos ningún problema para pasar el control de pasaportes. Antes de salir a la terminal transitamos por una zona en la que policías ataviados con las típicas gorras de plato rusas realizan cacheos aleatorios a los viajeros, que también han de hacer pasar sus pertenencias a través de arcos detectores de metales.

Una vez dentro de la terminal ésta presenta un aspecto moderno, con grandes cristaleras que dejan entrar la luz del exterior. Localizamos varios cajeros automáticos y probamos en ella nuestras tarjetas. Buscamos el que nos permita sacar la mayor cantidad de efectivo. Cómo necesitamos cash y no sabemos dónde podremos encontrar más cajeros, sacamos dos veces, 7.000 y 3.000 rublos (RUB).

Salimos al exterior buscando un autobús lanzadera que supuestamente nos debería transportar a la terminal F (según la información encontrada en la página web del aeropuerto), dónde poder tomar un tren al centro de la ciudad. Un taxista que habla cuatro palabras en inglés, nos dice que se puede ir andando y nos indica cómo. Volvemos a entrar en el edificio y conseguimos distinguir en la cartelería (en inglés y cirílico) las indicaciones hacia la terminal F y el tren AEROEXPRESS (http://www.aeroexpress.ru/en/).

Al caminar por la pasarela cubierta nos damos cuenta de por qué no contábamos con esta sorpresa; acaban de inaugurarla y en ella aún son patentes los rastros de las obras. A través de las cristaleras, en la calle, podemos divisar lo que parecen ser nuevos trabajos de acondicionamiento de la terminal del aeropuerto.

Encontramos otro cajero automático que dispensa hasta 10.000 RUB de una sola vez, así que hacemos acopio de efectivo. Sacamos billetes de tren, de ida y vuelta, para el centro de Moscú, a un precio de 500 RUB – 12, 5 € cada uno de ellos, y lo hacemos para dentro de 40 minutos (ver frecuencia de trenes en su web), porque hemos visto un Starbucks dónde pretendemos desayunar (los precios son elevados, cómo en cualquier otro local de esta franquicia).

El acceso al andén que sirve de lanzadera al tren se realiza a través de una puerta corredera de cristal custodiada por un policía ruso. No hay tornos ni revisor en la entrada. El billete te lo solicitan una vez que el convoy ha iniciado su marcha. Nos resulta curioso ver cómo durante el trayecto existe un servicio de venta de revistas, snacks y refrescos que recorre en un carrito los diferentes vagones. A través de la ventanilla observamos paisajes de densos bosques, gran cantidad de gasoductos y áreas despobladas que a medida que nos acercamos al centro se transforma en zonas con edificaciones y naves industriales antiguas, en aparente estado de abandono.



Después de 35 minutos de trayecto, puntual como un reloj, el tren hace su entrada en la estación de ferrocarril de Belorussky, que se ubica en un precioso edificio de época. Ahora toca coger el metro (http://engl.mosmetro.ru/) para desplazarse al corazón del centro de Moscú. Sacamos un billete de 20 viajes (460 RUB – 11,5 €) no sin problemas ya que hay pocos moscovitas que hablen el inglés y ninguno de nosotros se maneja en ruso.



Pronto comprobamos la grandiosidad del metro de Moscú, con ese regusto antiguo en sus instalaciones y en sus estaciones, dónde largas y empinadísimas escaleras mecánicas nos conducen a lo más profundo de la ciudad. Entre que los carteles sólo aparecen en cirílico y que no estamos acostumbrados a la manera de señalizar las líneas, y transbordos que se realizan de forma diferente al metro de Madrid nos toma un par de despistes y un rato habituarnos a este nuevo escenario, mientras boquiabiertos, no perdemos detalle de las estaciones por las que pasamos y perplejos asistimos a su suntuosa decoración.


Arribamos al destino, la parada de los jardines de Alexandrov (Aleksandrovsky Sad), y para no perder la costumbre no atinamos con la salida adecuada y vamos a dar a la superficie en una zona de enormes avenidas con multitud de carriles en las que no hay pasos de peatones para cruzar. Nos lleva poco tiempo averiguar que hay que volver al suburbano para emplear sus kilométricos corredores subterráneos con objeto de poder cruzar las vías que a nivel de calle sirven para el tránsito del tráfico rodado.

Al emerger del paso subterráneo ante nosotros se extienden los jardines y al fondo, contrastando con el color verde se erige la muralla de ladrillo rojo que circunscribe al Kremlin (http://www.kreml.ru/en/) en su interior. Al tratar de sacar las entradas para visitar el complejo y la armería (ubicada en su interior) las taquilleras, de porte y carácter recio, nos dicen que no se ponen a la venta hasta media hora antes de los horarios de visita estipulados. Nos toca hacer tiempo así que buscamos un banco a la sombra de los jardines buscando protegernos del sol ya que para ser poco más de las 10 de la mañana el calor aprieta. Podemos ver a cantidad de gente paseando por los alrededores, sabemos que hoy es festivo en Moscú y los lugareños aprovechan para darse una vuelta por la ciudad.

Con las entradas en la mano (700 RUB – 17,5 € para visitar la armería y otros 350 RUB – 8,75 € para visitar el Kremlin), lo primero que tenemos que hacer es dejar nuestras mochilas en una consigna (20 RUB – 0,50 € por bulto) y después nos dirigimos a la puerta de acceso al Kremlin más cercana a la armería. Un control de seguridad nos obliga a mostrar lo que llevamos en las mochilas antes de entrar al recinto; no en vano dentro del recinto tiene la residencia habitual el presidente de Rusia. En el interior nos indican que si accedemos a la zona de las catedrales, custodiada por más policías, y luego lo abandonamos para visitar la armería no podremos volver al recinto original. Sólo falta media hora para nuestra visita a la cámara de los tesoros de los zares, así que decidimos esperar fuera del control de seguridad. No nos dejan sentarnos en las escaleras de acceso, por lo que acabamos tirados en el césped de los jardines colindantes, arrasado por la inusual ola de calor que azota la capital rusa.

Llegada la hora accedemos a la armería, ubicada en un edificio de gruesos muros de piedra. La entrada incluye una audioguía en español que sólo precisa de un documento de identidad de uno de nosotros como fianza. Durante la visita podemos apreciar objetos de la vida de los zares y escuchar parte de la historia de los mismos. Las salas son lujosas y profusamente decoradas mientras multitud de vitrinas de cristal jalonan el recorrido mostrando a los visitantes en su interior objetos de todo tipo: armas, cetros, coronas, tronos, vestimentas, relicarios, evangelios... El denominador común en todos ellos son los metales y piedras preciosas que los componen, se trata en su mayoría de piezas únicas de incalculable valor. En la planta baja y para finalizar la visita se muestra una exposición de carrozas empleadas por los zares en las diferentes actividades de su vida cotidiana.

Acabada la visita abandonamos el edificio y accedemos a la plaza de las catedrales; edificios de fachada blanca y cúpulas de color dorado la componen. Se puede acceder a su interior que resulta oscuro y sombrío, por lo que buscamos rápidamente las zonas exteriores más agradables a la vista, bañadas por el resplandor del sol.

 

En las proximidades contemplamos el cañón del zar (que nunca llegó a ser disparado) y a grupos de militares recién graduados que se hacen lo que parece ser la foto de promoción con el cañón como testigo del momento. Un poco más allá, la campana zarina; nunca llegó a ser tañida porque se rompió antes de poder colocarla.


Paseando por zonas empedradas abandonamos el Kremlin asistiendo a lo que parece una recepción oficial en el edificio de convenciones situado en su entrada principal. Recorriendo la zona de jardines que bordean el complejo somos testigos de cómo grupos de centenares de personas tratan de mitigar el calor en el césped, en otros tiempos frondoso y fresco, y se bañan en fuentes y en un río que fluye por la zona…

El carácter festivo de la jornada hace que multitudes de personal se agolpen en restaurantes y cafeterías por lo que optamos por algo rápido y sencillo, un Mc Donald´s, prueba fehaciente que el capitalismo aterrizó en las tierras del este hace ya muchos años. Y qué gran invento eso de las fotos de los menús y de las hamburguesas, de lo contrario aún hoy seguiríamos allí intentando comunicarnos con los rusos. Para rematar la faena pedimos unos batidos que nos tomamos tumbados sobre el césped a la sombra de enormes árboles, justo enfrente del monumento al soldado caído. Nos quedamos dormidos durante casi una hora, todos menos el inquieto Óscar, que junto a Fátima nos sirven de avanzadilla hacia la Plaza Roja (su nombre proviene del antiguo ruso, cuya traducción significaba plaza “bonita” y que por parecido entre las palabras, se acabó traduciendo por Plaza Roja, nombre con el que hoy en día es conocida, aunque nada tenga que ver el nombre con el color de los ladrillos de los edificios ni con el comunismo).



Tras el reparador sueño nos encaminamos hacia ese lugar emblemático en Moscú y que todo el mundo conoce; la plaza roja (330 metros de longitud y 70 m de ancho, libres completamente de tráfico rodado) flanqueada en uno de sus laterales por la muralla del Kremlin con el mausoleo de la momia de Lenin a sus pies, la catedral de San Basilio en el lado del río (sí, esa de las cúpulas de colores), justo al lado contrario el impresionante edificio de ladrillo rojo del Museo Estatal de Historia y para cerrar el rectángulo la imponente construcción que alberga las galerías GUM (antiguos almacenes durante el régimen comunista).
 

 
 
 

Tenemos tiempo más que de sobra para pasear por la plaza y ver los edificios y el entorno desde todos los ángulos. Es hora de ir retornando hacia el aeropuerto, con calma. Paseamos entre las tiendas de lujo de artículos occidentales de las galerías GUM para llegar al metro.


Deshacemos el camino recorrido y ya en la estación de ferrocarril de Belorussky compramos unas cervezas para refrescarnos, antes de tomar el tren hacia Sheremetyevo. En este caso no hay que cambiar de terminal, nuestro avión sale de la F. En el control de pasaportes los policías nos miran de arriba abajo para cotejar nuestra identidad con las fotografías de los documentos. Empleamos los baños para asearnos un poco antes de embarcar. Una “jardinera” nos conduce hasta un plateado y flamante Boeing que nos trasladará a la capital india, Nueva Delhi. Tras la cena toca dormir; por delante casi siete horas de vuelo. Es el segundo día consecutivo que dormimos en un avión.

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